1/29/2006


Aquí empezó todo.

Por este camino, que no es camino sino Cañada Real, se colaron hasta Brunete las tropas republicanas. En una sola noche, la que cambió el 5 en 6 de julio de 1937, los Cuerpos de Ejército V y XVIII ocuparon toda la extensión comprendida entre los ríos Perales, a la derecha, y Guadarrama, flanco izquierdo, hasta el pueblo de Brunete.

100.000 personas arrojadas a la sartén.

A esta Cañada Real la llamaban Cañada de los Montes del Duque. Resulta irónico que estas nomenclaturas tan monárquicas y nobles correspondiesen a la vía de acceso del más poderoso ejército republicano conocido hasta el momento.

Pero lo más irónico es como ese estado de las cosas tan humano que es la guerra lo cambia todo. Hasta la moralidad de las acciones. Se pongan como se pongan y digan lo que digan las organizaciones, gobiernos, convenciones, tratados y tribunales internacionales, todos sabemos que, tanto antes como ahora, matar, asesinar, robar, vejar, incomunicar, violar, arrasar, humillar y tantas otras acciones (insisto, tan humanas) son perfectamente consentidas e incluso alabadas cuando se trata de hacer la guerra. En España tuvimos Madrid, Barcelona, Badajoz o toda la postguerra como ejemplo de las habilidades en este terreno. Y hoy tenemos, por citar algunos casos, Irak y Guantánamo. Nada a cambiado.

El caso es que esa noche, la del 5 de julio, aprovechando la oscuridad, por sorpresa y de manera perfectamente planificada, las tropas del Ejército de Maniobra, con el Batallón de Operaciones especiales de la 11 División de Líster como punta de lanza, se rompió el frente con una profunda penetración. Esta acción fue reseñada años más tarde, incluso por los historiadores militares más recalcitrantes del franquismo, como una brillante operación, ideada y ejecutada con precisión. La táctica pergeñada por Vicente Rojo fue una perfecta demostración de cómo realizar una incursión sorpresa.

En tiempos de paz hacer algo parecido en el entorno político, jurídico, económico o social te puede llevar a la primera plana de los periódicos e incluso a los tribunales bajo los cargos que sean y el agravante de nocturnidad y alevosía.

(Foto: Arranque de la Cañada de los Montes del Duque y campo de batalla al fondo, enero 2006)

1/13/2006





Como vigilando las encinas.

Como vigilando las encinas. Así están este Búnker y sus dos gemelos al lado de una cañada en una dehesa. Antes de esta misión, estos blockhaus albergaban a miembros de la 13 División nacionalista. También vigilaban. Eran parte de la segunda línea de defensa frente a las tropas de Enrique Líster: la temida undécima división que fue incapaz de avanzar más allá de su primer objetivo, alcanzado en la primera noche de la ofensiva.

Fueron construidos para resistir el impacto de la artillería, para proteger de la muerte a unos que debían arrebatarle la vida a todo el que se asomase. Ahora, sin esa utilidad, con la mitad de su cuerpo hundido en la tierra como fuertes raíces, son más antiguos en el paisaje que muchos de los árboles. Perfectamente integrados en el entorno, con animales que se apoyan en ellos para construir sus madrigueras, son moles de hormigón mucho más respetuosas con el entorno que la inmensa mayoría de las infinitas líneas de adosados.


(Foto: Fortines en Perales, Diciembre 2005)

1/09/2006



Paisajes Modificados.

Cuando hoy paseas por la zona en que tuvo lugar la batalla nada recuerda a esta salvo un búnker de vez en cuando y las inevitables lapidas en las iglesias de los pueblos que allí se encuentran.
En un paseo por el bosque de Romanillos uno sortea grandes zanjas que ningún huertano cavó arbitrariamente, nadie podó las encinas centenarias de esa curiosa manera y mucho menos los habitantes de Villanueva de la Cañada se pusieron de acuerdo para levantar sus casas todas iguales.

En realidad todo allí esta modificado, alterado. El tiempo no ha hecho sino camuflar el paso de la guerra como si se tratase de un gran ejército que ha de pasar inadvertido. Si se mira bien, las heridas de la guerra están a cada paso. El paisaje esta irremediablemente alterado: los pueblos reconstruidos bajo los estrictos patrones del Servicio Nacional de Regiones Devastadas, claros en los bosques entorno a grandes agujeros en el terreno y hasta en la vegetación se ven las cicatrices de la metralla y el fuego.

Hoy son hermosos paseos de fin de semana por terrenos cada vez más exiguos gracias a la proliferación de urbanizaciones. Del olivar donde murió Oliver Law de la XV Brigada Internacional solo queda el nombre: en la lujosa urbanización El Olivar de Mirabal creo que no hay ni un solo olivo. Puedes ver miles de chopos y ejércitos de petunias y pensamientos desfilando ordenadamente sobre tapices de césped. Perfume de regadío que oculta el hedor de la seca historia.

De todo esto también quiero hablar.


(Foto: Trinchera en Romanillos, 2005)

1/05/2006



En julio de 1970 me daban para merendar un huevo frito.

En julio de 1970 me daban para merendar un huevo frito.
Como todos los veranos, los hermanos íbamos a pasar el mes de julio a una casa de campo a 26 kilómetros de Madrid.
Mi padre registró con el super 8 la escena: Rosa dándome de merendar un huevo frito.


En Julio de 1937 las brigadas XIII y XV internacionales se daban de palos con la V navarra en las mismas tierras.
Ellos comían polvo y yo, 33 años más tarde, huevos fritos.
En esa ocasión nadie tenía un super 8 para filmar la escena.

Con 14 meses me alimentaban. Tenía que crecer y era la alegría de la casa. Me imagino que eran días felices, todos juntos en el campo esperando a que a mi padre le diesen las vacaciones para irnos a la playa.

Con los años ese paisaje que me rodeaba se tornó en un enorme campo de juegos.
Bicicleta, cabañas en los árboles, excursiones, piscina y hacer planes para ir a las ruinas de un castillo que se veían a una buena distancia.
Mi excursión favorita era ir con mi tío a "cazar indios a la Casa del Monje".
Lo de cazar indios era una imagen de las películas del Oeste y la Casa del Monje eran unas ruinas que se veían desde nuestra casa en el campo. Caminábamos el par de kilómetros que había (y que hay) hasta las ruinas y siempre encontrábamos claras pistas del paso reciente de indios. En alguna ocasión, incluso, llegue a oír o sentir la presencia de alguna partida de sanguinarios pieles rojas que nunca nos llegaron a atacar por miedo a la escopeta de pistones que yo llevaba.

Con hermanos, con amigos o sólo, siempre tenía algo a que jugar.

Y siempre, en medio de estos juegos, acababa por aparecer entre la tierra un trozo retorcido de hierro, una bala o casquillo. Muchas veces, cuando esto ocurría, el juego se convertía en una lucha imaginaria contra un enemigo imaginario.

Así eran las cosas: yo jugaba a las guerras y 40 años ates una terrible batalla se libraba en las mismas tierras.

Una batalla sucia, sedienta, polvorienta.
Una batalla de cienmil contra cienmil.
Una batalla de la que no hubo cifras oficiales de muertos ya que los 40º del mes de julio de 1937 obligaba a enterrar los cadáveres inmediatamente. Quizás fuesen 12.000 las personas muertas en la batalla y de las cuales unas 8.500 fueron enterradas sobre la marcha o cuando todo terminó.
Yo jugaba a las guerras sobre las tumbas de los que se jugaron, y perdieron, el pellejo en una guerra.


(Foto: Casa del Monje, 2005)